sábado, 27 de abril de 2013


La otra noche casi me atraganté de tanto comer, como si fuera lo último que podía hacer. Apuré el momento para no echar en falta su agonía, su fin.  Sentí que debía hacerlo, y nada más. Ya satisfecho, pensé de nuevo en ella. En realidad, hacía días que no lo hacía, hacía demasiados días que estaba enfrascado en el pequeño entreacto que da el trabajo y su monotonía. El árbol de las tardes desparramadas ya se había cansado de observar el mismo lienzo para no lograr nada y de nuevo amé el milagro que da la valentía de una palabra y su herencia. Vi pasar los rastrojos de las alegrías, penas y mediocridades que andaban por debajo mi balcón. Pasaban y se medían con el aire obsceno del presente. Animado por el  dulce beso de la esperanza, cerré los ojos y vi la promesa encendida de los ojos, que en verdad nunca había visto, los ojos de ella, Pastora.


No hay comentarios:

Publicar un comentario